Literatura y prácticas corruptas

Literatura y prácticas corruptas

Por Kyra Galván Haro

El viernes 19 de agosto de 2016,  en el periódico El Universal, el crítico y escritor Christopher Domínguez Michael escribió un artículo: “Literatura y dinero público”, el cual es polémico, como todo lo que suele escribir este autor. En él señala que lo mejor para terminar con las querellas en cuanto a cómo se seleccionan los autores por medio del Estado para aparecer en dudosas antologías o en las becas que se otorgan, mejor sería apartar al Estado de tan delicadas tareas que siempre se prestarán a discusiones. Que un buen escritor es bueno con becas o sin becas y esté donde esté. En esto coincido plenamente. Pero desafortunadamente creo que el punto no es éste, ni tampoco el otro.
El problema no es que algunos de nosotros los escritores, con muchos trabajos, no podamos sobrevivir sin la ayuda del Estado y tampoco es que el Estado mejor se aparte y se lave las manos. Hay dos puntos que creo que merecen la pena mencionarse. El primero es que el presupuesto para estos estímulos debería incrementarse. El presupuesto para la cultura en general, en un país tan rico en creatividad y tan estrecho en mentalidad es de risa loca. Es increíble que se otorguen 10 bequitas aquí y diez allá. Creo que el punto medular del asunto es que el sistema de selección (que de todos modos no puede sustraerse de la subjetividad) está mal construido y por lo tanto, se ha ido viciando con el tiempo gracias a que en todo el sistema también hay prácticas corruptas que lo ayudan. Y lo digo con conocimiento de causa porque durante un tiempo fui jurado del sistema.
Precisamente porque se pensaba que debería construirse un sistema de selección lo más “objetivo” posible, se diseñó una estructura burocrática en la que los jurados sólo tenían que palomear un cuadrito de “méritos” e ir sumando la calificación. Así, de ésta manera, el que tiene más premios acumulados gana.
Claro, se suman trayectoria, número de publicaciones, veces que se les ha otorgado la beca con anterioridad, etc. pero si no tienes muchos premios pierdes por default.  Por lo que el proceso de selección de candidatos más parece el llenado de una papeleta de me late que un análisis serio sobre la calidad literaria de la obra del autor.
Y si la idea de las becas es estimular la creatividad de la comunidad literaria, en la realidad ha resultado contraproducente. Esto ha distorsionado la selección de dos maneras: en la primera, la producción literaria, sobre todo entre los jóvenes escritores, la vida se ha vuelto una frenética carrera para acumular premios literarios. Con esto ya tienes prácticamente asegurada la beca del FONCA. Hay que escribir y mandar el texto a cuanto concurso literario aparezca sin ninguna condición ética a ver en cuál de los cincuenta pega y casi por probabilidad estadística pega en alguno. Ya no se cuida tanto la calidad sino la cantidad de textos que puedes mandar cada año a los premios.
Además hay que tener en cuenta que también este sistema “pega” porque la mayoría de los premiados se mueve en una red de amiguismo o en grupos de poder que tienen acceso a los concursos siendo jurados y se premian entre ellos mismos. De esto se ha hablado mucho y no voy a abundar aquí. Tampoco voy a generalizar diciendo que todos los premiados tienen mala calidad literaria o viceversa. Sólo quiero dejar claro que no en todos los casos, un premio asegura la calidad literaria del autor ni su probidad moral y menos de los jurados.
Esto ha provocado a su vez que sólo la gran mayoría de escritores que tienen muchos premios sean los únicos a quienes se les otorgan las becas. Por un lado, son los ganadores innegables del tabulador  y por otro, son juzgados por otros que están ahí, porque también son ganadores del Tabulador Estatal y además, son sus cuates. Y de ese círculo no salimos jamás.
Podría enumerar una larga lista de creadores con gran calidad literaria, pero que, a falta de “suficientes premios”, no se acercan siquiera a ser finalistas gracias al sistema de selección. Algunos de ellos con una larga trayectoria de trabajo, experiencia y calidad extraordinaria, pues hace años no proliferaban tantos premios como hoy en día. Todavía hace unos años se castigaba con un año y medio de tiempo a los becarios, pues no se podía volver a concursar para darles oportunidad a otros. Esto se quitó para poder repetir indefinidamente con los privilegios.
En nuestro país la gente se cree mucho el decir popular. ¿Cómo atreverse a cuestionar a quien ya lleva en su haber cinco premios de esto y lo otro? Por algo será, ¿no? Se vuelve intocable y pasa a ser así como leyenda, porque aunque nadie lo lea todo el mundo se cree que es un genio de la creación.
No es sólo cómo la mayoría de las veces estas personas – los grandes elegidos – se vuelven unos egos inflados insoportables que pierden el piso demasiado pronto y también su posible crecimiento como escritores sino los muchos escritores que quedan fuera de las mieles del Estado porque ni siquiera se les da una oportunidad. Si se les diera oportunidad – algunos con muy buenos proyectos- posiblemente podrían publicar, una cosa que va tan aparejada con el nombre y a su vez descollar y despegar su carrera literaria que de otra manera es muy difícil pues el medio literario es implacable.
Así que no creo que sea cuestión de que el Estado se aleje, creo que es cuestión de corrupción en el sistema, como en muchísimas instancias del país y falta de inteligencia y sentido común en la selección. Modifiquen el tabulador, que los premios no influyan en la selección y verán cómo cambia la lista de elegidos. Exijan un adelanto del trabajo propuesto y califíquese en base a la verdadera calidad del trabajo y a la dedicación de una vida entera al trabajo literario.
Lo único que se está logrando es crear “literatos” inflados y al ahí se va, improvisados y apresurados por tener fama y fortuna. Y, si en última instancia, la solución es desmontar el andamio del Estado, pues así sea.


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